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Yo soy la clase de persona por la que nadie hubiera apostado que le iría bien viviendo sola.

Desordenada de nacimiento, de espíritu elevado, carente de interés por la cocina… y con un agravante bastante delicado: antojadísima por defecto (más adelante cuando hablemos de finanzas -porque vivir solo implica tener un cuadro en Excel- verás por qué lo de antojada cabe en el club de los “peros”).

Creo que las primeras noches mi mamá no podía dormir esperando alguna mala noticia en la que “ahí estuviera pintada” y hasta ahora (casi tres años después) lo más grave que me ha pasado es que haya tenido que llamar a un cerrajero a la 1:30 de la mañana porque salí de fiesta y dejé las llaves adentro. (Todavía no he aprendido a no dejarlas, pero ya aprendí a tener una copia en la casa de mis amigas más cercanas).

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Toda esta introducción para decirles que si yo pude, cualquiera puede. Porque vivir solo te enseña de qué estás hecho, te cambia muchos “sí” por “no” y muchos “no” por “tal vez sí”. Aprendes que disciplina es más que lo que se necesita para hacer una rutina de ejercicio… también es eso que debes tener para tender la cama cuando te levantas o sacar la basura por la mañana; y eso, también cuenta como rutina. Vivir solo te demuestra, por ejemplo, que tienes más de tu mamá de lo que te imaginas y que cuando se trata de supervivencia no hay imposibles en la lista.

Es como un meme de Expectativa vs. Realidad en donde la expectativa son un montón de platos sucios en la cocina y en la realidad te encuentras a ti misma pidiéndole a tus visitas que se quiten los zapatos en la puerta porque ya barriste y trapeaste tres veces ese día.

Es una clase de autodescubrimiento en la carrera de la vida, y si me hubieran entregado un manual de instrucciones tal vez diría algo así:

  • Haz una lista de tus costos fijos (lo que te vas a gastar antes de comprarte un par de zapatos) y por nada del mundo te compres los zapatos si no has recogido primero lo del arriendo y los servicios.

  • Aunque parece obvio, aprende que las cosas no se hacen solas. Que el papel higiénico no se renueva por arte de magia cuando se acaba y que la cama no se tiende en piloto automático. Así que procura tener en una rutina de ama de casa (ej. Revisar la reserva de papel higiénico cada semana o asignar los martes para lavar sábanas y toallas). *esta es la parte en la que les digo que terminamos pareciéndonos a nuestras mamás, más de lo que pensábamos*

  • No merques más de la cuenta, en especial frutas y verduras… ¡la comida se daña! (mantén siempre una lata de atún por si algo).

  • Respeta tu espacio como tu hogar y tu lugar sagrado.

  • No creas que la dotación pasa como una transición de TikTok que con solo chasquear los dedos ya tienes la casa soñada. Empieza de a poquitos. Todos empezamos por ahí. (especialmente porque la plata se acaba cuando terminamos la decoración de la sala y porque las prioridades cambian, ahora será más importante tener unos buenos cuchillos).

  • Procura no dejar que se te acumule el desorden ni los platos sucios. No es sano mentalmente y además, nunca sabes cuándo llegará una visita inesperada.

  • Preséntate ante tus vecinos y apréndete el nombre de tus porteros.

  • Ponle puestos fijos a las cosas (por ejemplo, al control remoto).

  • Ten un kit de cosas que en algún momento vas a necesitar (no te puedes confiar de los supermercados 24 horas): como pilas, ganchos, cinta, tijeras, candela (o bricket), velas o linternas (nunca sabes cuándo se puede ir la luz) ¡y por supuesto, tampones o toallas higiénicas!

  • Si vas a compartir con más personas (roommates) pon las reglas claras del mercado y de los lugares comunes (sala y cocina principalmente). Nadie quiere llegar a casa y encontrar desorden ajeno… o abrir la nevera para desayunar y que se te hayan comido el queso… (a veces los roommates ¡tienen huevo!)

  • Ten a la mano un directorio de personas que puedes necesitar (plomero, cerrajero, todero, etc).

  • Haz détox del hogar constantemente, saca esas cosas que no utilizas y que probablemente, no vas a utilizar.

  • Conoce tu entorno, camina tu barrio o vecindario… a lo mejor lo que necesitas está a la vuelta de la esquina.

  • Antes de salir (o de dormirte) revisa que todo esté apagado, cerrado o desconectado. (la plancha del pelo, por ejemplo).

  • Si vas a comer en la cama, lleva los platos sucios a la cocina antes de dormir si no quieres cucarachas en tu cuarto… o harinas entre tus sábanas.

  • Y por último, pero no menos importante… ¡siéntete como en tu casa! En serio, parece raro pero no siempre es fácil crear una buena relación con el espacio.

Dale tus toques personales y disfruta de esas pequeñas libertades que siempre quisiste, pero nunca tuviste (como bañarte con reguetón a todo volumen a las 6 de la mañana) que todo lo demás, se te irá dando. ¡Todo en la vida tiene un paso a paso!

Atentamente,

Ana Listas.

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