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4 de Noviembre
Si desde las películas infantiles nos muestran al príncipe azul, ya es hora de empezar a presentar a la reina roja.
A mis 10 años cuando me llegó (hasta en eso he sido acelerada), jamás me imaginé que un día fuera a terminar queriendo la menstruación. En esa época, el periodo era un misterio… pero de los buenos, de esos que las niñas se encierran en el baño a hablar y que si tú no lo has vivido, no puedes participar. Era como algo prohibido que te causaba mucha curiosidad.
A mí siempre me ha gustado creerme grande. Me ponía brasier con relleno y top para demostrar que mis senos estaban creciendo, igual que yo. Cuando aún no tenía ni pelitos, le sacaba protectores a mi mamá al escondido para usarlos, decían que eso aceleraba el crecimiento del vello… pero no funcionó.
En el salón, sabíamos a quiénes les había llegado y a quiénes no; nos gustaba decir que teníamos cólico para que nos mandaran a la enfermería, preguntarle en voz alta a nuestras amigas: ¿se me pasó? Como para que todos se dieran cuenta que ya estábamos en otro nivel.
Lo que para muchos era un tabú, para otras era visto como un lujo que solo se podían dar las niñas grandes y como si eso las hiciera malas o más interesantes.
Recuerdo con mucho cariño cuando llegaban las tropas de Nosotras al colegio. Y no lo digo porque este escrito sea precisamente para su magazín, podría ser perfectamente para mi diario y ahí iba a escribir que esas niñas de camiseta rosada con kits de toallas higiénicas y calendarios en la mano, hicieron cool algo que antes no lo era. Y lo que probablemente para nuestras mamás había sido una vergüenza, para nosotras, reclamar el kit, era como ponerse la corona de la reina de la fiesta.
Pero como todo lo que es un misterio, que se complica aun más cuando queda resuelto… así como el sexo a esa edad que crees que el fin es perder la virginidad y ya… o como las consecuencias del fruto prohibido que comieron Eva y Adán… Así mismo, después de chicanear, llegaron los cólicos de verdad, verdad.
Nunca se me va a olvidar que una vez vomité frente a un salón de noveno (yo estaba en octavo), y que varias veces tuvieron que llamar a mi mamá porque me había puesto mal. Recuerdo que los cambios de humor de todas empezaron a ser evidentes en clases y cogimos de chiste preguntar a las demás que si estaban “ventiochudas”. (A los hombres también les encantaba decírnoslo).
Así que cuando el tema pasó de moda y se volvió normal porque ya no había a quién señalar (aquí tengo que hacer un alto para recordarles que todo, absolutamente todo en esta vida pasa de moda, así que tengan muchísimo cuidado con las decisiones que toman solo por estarlo)… la menstruación pasó de ser un tema cool, a oculto.
Las hormonas parecían estar en nuestra contra, empezamos a planificar y este es el momento en el que pasamos a la segunda parte de la historia.
Hay una edad de la vida en la que la mayoría de los hombres (incluso algunas mujeres) creen que tener la menstruación es “estar enfermita”. Yo tuve que estar rodeada de enfermedad para comprender que por el contrario, la menstruación es sinónimo de estar sanita.
Me pasaron o nos pasaron varias cosas. Duras. Una amiga muy cercana a mí tuvo principios de anorexia y de no ser porque el cuerpo le hizo huelga de menstruación, no nos dábamos cuenta.
Pensábamos que como todas en ese momento, estábamos a dieta y ya. Nos contábamos lo que comíamos y estábamos tan obsesionadas que llevábamos la cuenta hasta de las calorías que consumíamos. Pero hubo una cuenta que falló. Mientras ella bajaba de peso, había algo que por el contrario, ya no le bajaba: la menstruación. Un mes, dos meses, tres meses. Y no era un retraso, era como un campanazo.
Mi amiga tuvo tratamiento a tiempo y nos dio muchas lecciones para el resto de los tiempos. La que nunca se me va a olvidar a mí fue que en ese momento comprendí que la primera alerta que prende el cuerpo cuando algo no está funcionando bien, es a través del ciclo menstrual. ¡Qué hermosura y qué suerte contar con la sabiduría femenina!
Después, tuve un episodio difícil con la copa (No estoy diciendo que sea mala… ni estoy evangelizando, solo estoy contando mi experiencia personal) que me hizo replantearme hasta con qué quería planificar. En ese momento dejé los anticonceptivos y sufrí de algo llamado amenorrea post-píldora.
Durante 11 meses, casi 12, tampoco me llegó la menstruación. La extrañaba tanto como esa niña de 10 años que le hacía falta algo que nunca había tenido, con la diferencia de que ya no necesitaba que me validara como una niña grande, sino como una niña sana y saludable.
¡Qué alivio –literalmente- cuando me volvió! Jamás pensé que fuera a extrañarla ni mucho menos a valorarla. Como uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde, durante ese tiempo me empecé a interesar por el tema y ¡qué sorpresa! Descubrí un montón de movimientos femeninos que hacían pedagogía alrededor de la menstruación.
En redes me encontré estas imágenes de una ovulación que me hicieron sentir muchísimo amor. (La ovulación es la fase en la que el óvulo sale del ovario, y que si no es fecundado, es decir, si no hay un embarazo… este proceso finaliza con la menstruación 14 días después).
Sentí mucho amor al ver todas las cosas increíbles que pasan en nuestro cuerpo mientras Nosotras pensamos qué nos vamos a poner hoy, mientras vamos de afán en el trancón, mientras nos buscamos defectos en el espejo, mientras editamos mil veces las fotos que nos tomamos, mientras vivimos en piloto automático.
No somos máquinas, no somos robots. Hay algo que la inteligencia artificial nunca podrá tener y se llama vitalidad. Estamos vivas, menstruamos porque estamos vivas, pero sobre todo, porque estamos sanas.
Así que querido lector… la próxima vez que le digas a una mujer que si está en sus días, recuerda que sí, que está en sus días de recordar que puede dar vida.
Atentamente, Ana Listas.
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